Hipólito Gómez de las Roces, expresidente del Partido Aragonés y expresidente de Aragón |
De
El Periódico de Aragón
Nuestra única lengua universal es el español
común que hablan unos cuatrocientos millones de
parlantes.
16/09/2007 HIPÓLITO Gómez
Sí, es cierto; puede que no
haya lengua como la de uno, pero siendo tantos en suponerlo así y ser tantas
aquellas, hay que procurar remedios para comunicarnos cuando hablemos lenguajes
distintos y hacerlo sin emplear más armas que la palabra apacible, evitando
agresividad alguna. Para nadie es su lengua más pequeña o insignificante que
cualesquiera otras. Cualitativamente, es verdad que no hay lenguas ni
modalidades lingüísticas inferiores a las otras, igual que ningún ser humano es
de inferior condición por ser bajito.
Dado que la inmensa mayoría de los
que componemos este mundo queremos entendernos sin que Babel nos lo impida y que
no es posible hablar todas las lenguas, la solución requiere inexcusablemente
aplicar criterios de predominio cuantitativo, usando las lenguas más universales
de las próximas.
Steiner, premio Príncipe de Asturias,
consideraba urgente la "preservación del don de lenguas del Pentecostés" y
procurar "la defensa e ilustración de cada idioma por muy reducido que fuera el
número de sus hablantes". Pero el mismo Steiner reconoció la existencia en el
asunto de una contradicción: "La limpieza étnica a menudo se organiza y
desencadena bélicamente alrededor de la limpieza lingüística", de modo que
intereses racistas y totalitarios prohíben la enseñanza y la publicación en
lenguas minoritarias... "Afortunadamente, ese no es el caso de España donde se
respetan lenguas y dialectos y disponemos de una lengua común a todos nosotros y
a unos trescientos cincuenta millones más de parlantes.
¿Cómo resolver, se
preguntó Steiner, aquella "fatídica contradicción"? Steiner admitía carecer de
solución alguna remitiéndose galanamente, a que la propiciaran "los que son más
sabios". Advirtamos sin embargo, que no son precisamente los "más sabios" los
que se dedican a dar salida a ese dilema y que sí lo son con frecuencia los más
sectarios, predispuestos aldeanamente contra cualquier salida de corte
universal, encerrándose en callejones inviables.
¿Cómo hubiese podido
resolverse el problema de las casi cuatrocientas lenguas que se hablan en la
India, creando otros tantos estados o asimilando el inglés que era una lengua
originariamente ajena a todo aquel inmenso territorio?
El ansia de
comunicarse, que reside en la naturaleza humana, siempre encuentra vías de
entendimiento, pero más de tres veces la política, o peor, quienes la perpetran,
envenena aquel nobilísimo afán, empleando la fuerza o la coerción más o menos
explícita contra la tendencia natural a comunicarse que, pese a ello, es más
incontenible que la del agua viva cuando baja de la montaña al mar.
Casi
todo es respetable en materia lingüística, pero no todo se puede generalizar ni
hay tiempo y medios para que cualquier lengua en cualquier sitio, reciba el
mismo tratamiento que la principal. Tan imperdonable sería proponerse el
exterminio de una sola de aquellas como la quimera de enseñarlas todas o dar a
todas el mismo tratamiento. La realidad exige de nosotros más conocimientos que
los idiomáticos si no queremos ser ignorantes de muchas cosas no menos
indispensables que las filológicas. Tampoco lo permiten ni la economía ni
obviamente una escala jerárquica de valores que no permite dar a cuanto deseemos
o necesitemos aprender el mismo tiempo e importancia.
Cultivar cualquier
variante lingüística, viva o muerta, como parte de nuestro vastísimo patrimonio
cultural, siempre. Pero ello no significa, por imposible e inhábil, que todas
ellas se conviertan en materia de escolarización obligada. Si ignorarlas sería
iniquidad también lo sería imponer a todos su enseñanza, porque a pesar del
refrán el saber sí ocupa lugar y encima, tiempo. Tenemos mucho por aprender y ni
todo ni lo principal consiste en ser políglotas. También es cierto que en
nuestra sufrida geografía tenemos unas cuantas lenguas, que en general empezaron
siendo dialectos del latín y fueron civilizadas gracias a él; es tan cierto como
que nuestra única lengua universal es hoy el que llamamos español común, con el
que ya dije que nos entendemos alrededor de cuatrocientos millones de
semejantes.
Las lenguas crecen, ha escrito un gramático, gracias a la
capacidad de expansión de sus hablantes y en nuestro caso el impulso viene de
Hispanoamérica formada por países migratorios y cuya población lleva consigo la
lengua allí donde vaya. Me atrevo a decir que esa es la principal riqueza
cultural que compartimos y que sería de orates ponerla en tela de juicio cuando
insisto en que es de cada uno de nosotros, lo mismo que nuestros ojos o que
nuestra nariz.
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