martes, 26 de septiembre de 2017

¿Hay lengua como la mía? (I) EPA

Hipólito Gómez de las Roces,
expresidente del Partido Aragonés y expresidente de Aragón



De El Periódico de Aragón

Nuestra única lengua universal es el español común que hablan unos cuatrocientos millones de parlantes.

16/09/2007 HIPÓLITO Gómez

Sí, es cierto; puede que no haya lengua como la de uno, pero siendo tantos en suponerlo así y ser tantas aquellas, hay que procurar remedios para comunicarnos cuando hablemos lenguajes distintos y hacerlo sin emplear más armas que la palabra apacible, evitando agresividad alguna. Para nadie es su lengua más pequeña o insignificante que cualesquiera otras. Cualitativamente, es verdad que no hay lenguas ni modalidades lingüísticas inferiores a las otras, igual que ningún ser humano es de inferior condición por ser bajito. 

Dado que la inmensa mayoría de los que componemos este mundo queremos entendernos sin que Babel nos lo impida y que no es posible hablar todas las lenguas, la solución requiere inexcusablemente aplicar criterios de predominio cuantitativo, usando las lenguas más universales de las próximas. 

Steiner, premio Príncipe de Asturias, consideraba urgente la "preservación del don de lenguas del Pentecostés" y procurar "la defensa e ilustración de cada idioma por muy reducido que fuera el número de sus hablantes". Pero el mismo Steiner reconoció la existencia en el asunto de una contradicción: "La limpieza étnica a menudo se organiza y desencadena bélicamente alrededor de la limpieza lingüística", de modo que intereses racistas y totalitarios prohíben la enseñanza y la publicación en lenguas minoritarias... "Afortunadamente, ese no es el caso de España donde se respetan lenguas y dialectos y disponemos de una lengua común a todos nosotros y a unos trescientos cincuenta millones más de parlantes. 

¿Cómo resolver, se preguntó Steiner, aquella "fatídica contradicción"? Steiner admitía carecer de solución alguna remitiéndose galanamente, a que la propiciaran "los que son más sabios". Advirtamos sin embargo, que no son precisamente los "más sabios" los que se dedican a dar salida a ese dilema y que sí lo son con frecuencia los más sectarios, predispuestos aldeanamente contra cualquier salida de corte universal, encerrándose en callejones inviables. 

¿Cómo hubiese podido resolverse el problema de las casi cuatrocientas lenguas que se hablan en la India, creando otros tantos estados o asimilando el inglés que era una lengua originariamente ajena a todo aquel inmenso territorio? 

El ansia de comunicarse, que reside en la naturaleza humana, siempre encuentra vías de entendimiento, pero más de tres veces la política, o peor, quienes la perpetran, envenena aquel nobilísimo afán, empleando la fuerza o la coerción más o menos explícita contra la tendencia natural a comunicarse que, pese a ello, es más incontenible que la del agua viva cuando baja de la montaña al mar. 

Casi todo es respetable en materia lingüística, pero no todo se puede generalizar ni hay tiempo y medios para que cualquier lengua en cualquier sitio, reciba el mismo tratamiento que la principal. Tan imperdonable sería proponerse el exterminio de una sola de aquellas como la quimera de enseñarlas todas o dar a todas el mismo tratamiento. La realidad exige de nosotros más conocimientos que los idiomáticos si no queremos ser ignorantes de muchas cosas no menos indispensables que las filológicas. Tampoco lo permiten ni la economía ni obviamente una escala jerárquica de valores que no permite dar a cuanto deseemos o necesitemos aprender el mismo tiempo e importancia. 

Cultivar cualquier variante lingüística, viva o muerta, como parte de nuestro vastísimo patrimonio cultural, siempre. Pero ello no significa, por imposible e inhábil, que todas ellas se conviertan en materia de escolarización obligada. Si ignorarlas sería iniquidad también lo sería imponer a todos su enseñanza, porque a pesar del refrán el saber sí ocupa lugar y encima, tiempo. Tenemos mucho por aprender y ni todo ni lo principal consiste en ser políglotas. También es cierto que en nuestra sufrida geografía tenemos unas cuantas lenguas, que en general empezaron siendo dialectos del latín y fueron civilizadas gracias a él; es tan cierto como que nuestra única lengua universal es hoy el que llamamos español común, con el que ya dije que nos entendemos alrededor de cuatrocientos millones de semejantes. 

Las lenguas crecen, ha escrito un gramático, gracias a la capacidad de expansión de sus hablantes y en nuestro caso el impulso viene de Hispanoamérica formada por países migratorios y cuya población lleva consigo la lengua allí donde vaya. Me atrevo a decir que esa es la principal riqueza cultural que compartimos y que sería de orates ponerla en tela de juicio cuando insisto en que es de cada uno de nosotros, lo mismo que nuestros ojos o que nuestra nariz. 

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